Cuando escuché la palabra “catástrofe” me preocupé mucho. No es habitual usar este término en educación. Habitualmente hablamos de crisis, decadencia, dificultades complejas y muchos otros términos que nos permiten pensar y abordar los problemas que habitualmente afronta la educación.
Una catástrofe es un suceso que produce gran destrucción o daño, y que en general supera la capacidad local de respuesta. Creo que en estas últimas palabras está la clave que descifra porqué el ministro de educación de Santa Fe utiliza el término “catástrofe educativa”. El ministro no cree en la capacidad de respuesta local a la problemática de la alfabetización. No confía en los y las docentes, en los especialistas en educación, en los institutos de formación docente, ni siquiera en las universidades que en la provincia tienen carreras de grado y de posgrado vinculadas a la educación.
Por eso, quizás, recurre a fundaciones y especialistas externos a la provincia pagando recetas enlatadas que deberían mágicamente resolver el problema básico de la alfabetización.
Sin dudas, todo podría resolverse, o al menos abordarse de mejor manera, con diálogo, construcción colectiva y participación del cuerpo docente, los especialistas, institutos y universidades de gran prestigio que tenemos a disposición en Santa Fe.
Un apunte sobre las evaluaciones. Las pruebas nacionales Aprender, antes llamadas ONE nos dieron por primera vez resultados por debajo de la media nacional. Santa Fe siempre se distinguió por estar por encima de media en calidad educativa, a lo sumo igual a la media, sumando un resultado importante: disminución de la desigualdad educativa entre niños de diferentes niveles económicos. Me preocupa esta caída, pero nunca será una catástrofe si invertimos adecuadamente y somos asertivos en la políticas públicas que implementamos. Santa Fe tiene una riquísima historia en educación en la cual basarse para hacerlo bien.