La exposición a la luz solar es esencial para la vida, ya que proporciona amplios beneficios como la síntesis de vitamina D. El sol, en su justa medida, es un aliado de nuestra salud. La exposición moderada a la luz solar, especialmente durante las primeras horas del día, estimula la producción de vitamina D, vital para nuestros huesos, nuestro sistema inmunológico y nuestro estado de ánimo. En tiempos donde pasamos cada vez más horas bajo techo o frente a pantallas, volver al hábito de caminar unos minutos al aire libre, dejando que el sol toque suavemente nuestra piel, es un acto de autocuidado. No se trata de exponerse en exceso ni de olvidar la protección solar, sino de reconectar con un ritmo natural que nuestro cuerpo reconoce y agradece.
Sin embargo, la radiación ultravioleta es una parte invisible, pero poderosa de la luz solar, ya que puede causar efectos adversos significativos en la salud de la piel y los ojos si no se toman las precauciones necesarias.
¿Qué son los rayos UV?
La radiación UV es un tipo de energía electromagnética que proviene del sol y fuentes artificiales como camas solares.
Aunque no podemos verla ni sentirla, la radiación ultravioleta está presente en nuestro día a día, siempre que hay luz solar, incluso en días nublados, y su intensidad varía según la hora del día, la época del año, la altitud y la latitud.
Es importante recordar que los rayos UV se reflejan en superficies como el agua, la arena y la nieve, lo que aumenta la exposición.
¿Qué efectos causa la radiación ultravioleta?
En piel los efectos agudos pueden ser: daños en el ADN celular, quemaduras solares, reacciones fototóxicas y fotoalérgicas e inmunodepresión, que puede considerarse un factor de riesgo de cáncer y dar lugar a la reactivación de ciertos virus, como el herpes simple, también a nivel ocular fotoqueratitis y fotoconjuntivitis (es decir, la inflamación de la córnea y de la conjuntiva, respectivamente).
Los efectos crónicos de la exposición son: daño progresivo a las células de la piel, lo que puede llevar al envejecimiento prematuro (manchas, arrugas, pérdida de elasticidad) y, más preocupante aún, al desarrollo de distintos tipos de cáncer de piel, incluyendo el melanoma, que puede ser mortal si no se detecta a tiempo.
Además, una exposición prolongada sin protección también puede afectar los ojos, favoreciendo la aparición de cataratas y degeneración macular.
Según la OMS, la exposición excesiva a la radiación ultravioleta causó en 2020 alrededor de 1,2 millones de nuevos casos de cáncer de piel y 57 000 defunciones prematuras por dicha causa.
Los niños y adolescentes, por la estructura de la piel y los ojos son especialmente vulnerables a los efectos nocivos de la radiación ultravioleta. Las quemaduras solares en la infancia conllevan un mayor riesgo de cáncer de piel en etapas posteriores de la vida y daños oculares irreversibles.
Por su parte, las personas de piel clara sufren más quemaduras solares y tienen más riesgo de presentar cáncer cutáneo que las de piel oscura; sin embargo, estas últimas no están exentas del riesgo de cáncer. Además, todos debemos protegernos.
Las personas con mayor riesgo son las que tienen muchos lunares, las que toman medicamentos fotosensibilizantes y las que tienen antecedentes familiares de cáncer de piel.
¿Cómo debemos protegernos de los rayos UV?
Protegerse de los rayos UV no significa evitar por completo el sol, sino aprender a convivir con él de forma inteligente.
Es importante elegir bien el horario de exposición, evitando hacerlo entre las 10 y las 16 horas ya que en esa franja horaria la radiación solar es más intensa y debe evitarse la exposición directa.
El uso de protector solar, aún en días nublados, es fundamental. Debe tener un factor de protección (FPS) mínimo de 30 y aplicarse generosamente cada dos horas. También es importante cubrir la piel con ropa liviana de manga larga, usar sombreros de ala ancha y gafas de sol con filtro UV.
Quienes trabajan al aire libre o pasan muchas horas bajo el sol, deben convertir en rutina estas prácticas. El daño solar es acumulativo, pero la prevención es sencilla y efectiva si se convierte en hábito.
Nunca mirar directamente al sol. Hacerlo en cualquier momento, incluso durante un eclipse, puede ocasionar daños a la retina y provocar una lesión grave conocida como retinopatía solar. También es importante evitar las camas solares.
Cuidarnos del sol no significa vivir con miedo, sino con conciencia. Les propongo incorporar pequeños cambios que marcan una gran diferencia a largo plazo. La prevención es una herramienta poderosa que está en nuestras manos.
Disfrutemos del sol, pero con respeto y responsabilidad, para que sus beneficios nos acompañen sin dejar huellas dañinas. Nuestra piel, nuestros ojos y nuestra salud futura nos lo agradecerán.