La irrupción de Milei es la consecuencia de la malversación política que hizo la progresía argenta hartando a una sociedad que durante años fue perdiendo derechos.
Una idea buena deja de ser cuando no tiene una aplicación adecuada. Y ahí no fracasa la idea sino quienes la ejecutan.
Este concepto contiene hoy al progresismo, ideología que propone un desarrollo social y económico con igualdad de posibilidades. Con un Estado y los distintos sectores productivos creando las condiciones necesarias para garantizar inclusión e integración.
Esta definición elemental, ante la contundencia de los hechos, exime de una revisión más profunda del progresismo pregonado durante las últimas décadas por los gobiernos nacionales. Porque con sus actos vaciaron de contenido a cada uno de los principios progresistas. A tal extremo que generaron una pobreza estructural destruyendo los valores esenciales que una sociedad requiere para desarrollarse.
Y hoy, lejos de asumir la responsabilidad de haber llevado al progresismo al descrédito popular, pululan con su hipocresía cuestionando al gobierno de Javier Milei, quien irrumpió como emergente tras el desastre que edificaron los falsos progresistas.
La utilización del Estado como matriz de corrupción política en nombre de “conquistas sociales” no hizo más que relativizar esos derechos en la opinión pública, la que por hartazgo hasta justifica y acompaña su propio ajuste.
Los mayores detractores del progresismo son los que se auto perciben progresistas. Quienes ahora dicen que han entendido el mensaje de la gente tras hacer una autocrítica, sin embargo por lo que pregonan parece que fingen amnesia.
Esos desacreditados referentes son funcionales al gobierno de Milei, el que pese a sus propias limitaciones de gestión, se nutre de este pasado de frustración para sostener un presente raquítico desde lo político e incierto en lo económico.
Los progresistas de cabotaje son multipartidarios, por eso convergen en espacios aunque camuflan sus diferencias.
Peronistas, radicales, liberales, socialistas, desarrollistas y hasta izquierdistas se mixturan para proponerse como el camino que llevará a la sociedad a recuperar los derechos perdidos. Los mismos que ellos precarizaron cuando fueron gobiernos.
El mayor problema político de la actualidad es que la ciudadanía no tiene opciones. Milei es una consecuencia del cansancio que generó la política tradicional en un pueblo que está cada vez más pobre y roto. La gente no le cree a esa dirigencia que le arrancó hasta su dignidad. Porque nunca fueron progresistas. Porque los únicos que progresaron fueron ellos. Y por eso siempre buscaron lo mismo: los cargos. Y así se perpetraron. Sin importar lo paupérrimo de sus gestiones.
Argentina necesita ser progresista. Pero más necesita de progresistas auténticos, no a estos fariseos de la política.