En las campañas electorales se muestran como hermanos. O como amigos de toda la vida. Despejando cualquier duda sobre lo unidos que son. Se abrazan. Se elogian. Se venden como una fórmula única y exitosa. Inquebrantable. Irrompible. A tal punto que proclaman una simbiosis política y personal. Y así llegan al poder. Son gobierno. Pero ni bien terminan los actos protocolares de asunción, esa unidad monolítica empieza a crujir.
Las miradas cómplices y las sonrisas fraternas de repente mutan en demostraciones de distanciamiento. Buscan diferenciarse. Con sutilezas al principio pero con frontalidad después, comunican que ya no son una sociedad política homogénea. Al contrario. Son enemigos íntimos. Y no hay peor cosa que gobernar con el fuego propio. O al menos lo que se consideraba propio. Porque agitan el mar de la suspicacia y la conspiración.
Esta breve reseña de la saga que protagonizaron de manera recurrente los presidentes y vicepresidentes argentinos no hace más que abonar la pérdida de credibilidad en la clase política. La que justifica, entre otras cosas, la indiferencia popular cuando de votar se trata.
La actual pelea entre Javier Milei y Victoria Villarruel no es más que una reedición de las que se produjeron en gobiernos anteriores, claro que ninguna con esta modalidad vulgar, en la que legisladores y legisladoras hacen su aporte ordinario para seguir bajándole el precio a la calidad política e institucional.
Las divergencias entre Raúl Alfonsin con su vice Víctor Martinez se redujeron a rumores, y cuando al vice lo acusaban de querer desestabilizar al presidente durante el conflicto carapintada, el referente cordobés salió al cruce: “Si renuncia el presidente me voy con él”.
No obstante las diferencias en la fórmula eran reales, pero no tan obscenas como las que mantuvieron Carlos Menem y Carlos Duhalde.
El caudillo riojano y el jefe bonaerense convivieron solo dos años, con más peleas que entendimientos, por eso el vicepresidente se convirtió en gobernador para consolidar su poder paralelo.
Después Menem fue reelecto con Carlos Ruckauf como compañero de fórmula, pero rápidamente surgieron los cortocircuitos por la cercanía del vice con Duhalde.
La Alianza clausuró al peronismo al ganar los comicios con De la Rúa y Carlos Alvarez. El representante del Frepaso había generado mucha expectativa en la sociedad, pero rápidamente la decepción se instaló en el país porque Chacho renunció enseguida precipitando una crisis política que derivó en la salida anticipada del gobierno, caos y una sucesión de presidentes interinos.
Néstor Kirchner también debió lidiar con las dificultades que se generaron al poco tiempo de asumir con su compañero de fórmula Daniel Scioli.
El motonauta fue esmerilado por los alfiles kirchneristas porque no lo consideraban confiable. El tiempo terminó dándole la razón a los cuadros K. Porque el motonauta, como Sergio Massa, tiene un concepto extraño sobre la lealtad.
La que demostró impericia a la hora de elegir compañeros de fórmula fue Cristina Fernández, porque en el primer mandato tuvo a Julio Cobos, quien la dejó sin el voto positivo en la histórica sesión donde se rechazó la ley 125 en la puja del gobierno con el campo.
Y en el segundo tuvo a Amado Boudou, que si bien no planteó una pelea con Cristina sí le imprimió mayores hechos de corrupción a esa gestión, por lo que fue condenado por propios, extraños y también por la justicia.
Mauricio Macri en Gabriela Michetti dispuso de una vicepresidente que supo disimular sus desavenencias, y si bien en algún momento dejó ver algunos desacuerdos, fundamentalmente por el vínculo del presidente con la Iglesia.
En otra demostración de lo mal que elige cuando de fórmulas se trata, Cristina Fernández en 2019 optó por Alberto Fernández como candidato a presidente y ella se designó como vice. Al poco tiempo de asumir, los Fernández demostraron que no eran ni parientes. Fue una pelea sin pausa y por momentos bizarra.
Hoy Milei y Villarruel elevaron la vara de la discordia. Aún se desconoce el final de esta relación. Su escalada puede derivar en una crisis política. Ojalá no sea institucional. Porque sería un acto de enorme irresponsabilidad.
Lo trascendente es que a ningún referente libertario se le ocurrió todavía preguntarse para qué sirve el vicepresidente. Porque en su afán de querer reducir costos, así como en Santa Fe quieren eliminar el Senado provincial, es probable que pidan eliminar a la vicepresidente. No se asuste. No en forma literal. Sino cerrando el Senado de la Nación.