Pantallas en las infancias

¿Por qué es importante hablar de este tema? Porque en la era digital en la que vivimos, las pantallas son omnipresentes, y como familia, debemos enseñar a nuestros hijos cómo utilizarlas de manera responsable y equilibrada.

La idea de hablar de pantallas es promover el uso saludable de la tecnología digital, estableciendo límites de tiempo según las distintas franjas etarias y fomentando prácticas que mitiguen los efectos negativos del abuso de las mismas, resaltando la importancia del juego, la actividad física y las interacciones cara a cara como pilares esenciales para el desarrollo integral.

Según La Sociedad Argentina de Pediatría, en la primera infancia (0 a 2 años), la exposición a dispositivos electrónicos interfiere con la maduración del sistema nervioso central y con la adquisición de habilidades esenciales como el lenguaje, la motricidad, la atención y la interacción social. En esta etapa, los niños necesitan explorar el mundo físico a través del juego, el contacto con otras personas y la manipulación de objetos, elementos fundamentales para el desarrollo cognitivo y emocional. El consumo de medios digitales en estos primeros años puede generar retrasos en la comunicación, déficit en la regulación emocional y problemas de apego con los cuidadores.

Entre los 2 y 5 años, la exposición a pantallas debe ser limitada a un máximo de una hora diaria, siempre bajo la supervisión de un adulto que ayude a interpretar los contenidos. En esta franja etaria, el uso prolongado de dispositivos reduce el tiempo de juego activo y afecta el desarrollo del pensamiento simbólico, la creatividad y las funciones ejecutivas, que incluyen la planificación, la memoria de trabajo y el control de impulsos, la capacidad de socialización y la adquisición del lenguaje.

En la edad escolar (6 a 12 años), el uso de pantallas con fines recreativos no debe superar la hora y media diaria, priorizando contenidos educativos y promoviendo actividades en familia. En esta etapa, el abuso de dispositivos digitales puede afectar el rendimiento académico debido a dificultades en la atención y la concentración, disminuyendo el rendimiento en tareas que requieren memoria y habilidades de resolución de problemas.

En la adolescencia, el impacto de las pantallas adquiere nuevas dimensiones. En esta etapa, los jóvenes buscan autonomía en su consumo digital, acceden a redes sociales y generan contenidos, lo que los expone a riesgos específicos como el ciberbullying, el grooming, la sobreexposición a modelos irreales de belleza y el acceso a información inadecuada. Además, la multitarea relacionada con las pantallas se asocia con peores resultados cognitivos, una disminución de la capacidad de filtrar las distracciones y un aumento de la impulsividad y disminución de la memoria de trabajo. De este modo, los adolescentes que pasan demasiado tiempo frente a una pantalla tienen más probabilidades de presentar dificultades cognitivas graves.

Asimismo, la hiperconectividad genera una disminución en la actividad física, contribuyendo al sedentarismo y al riesgo de desarrollar enfermedades metabólicas como la obesidad y la diabetes tipo 2. Por el contrario, se ha vinculado la reducción del tiempo de pantallas con una reducción de la presión arterial y un aumento del colesterol “bueno” (HDL).

Otro factor preocupante es la alteración de los hábitos de sueño, ya que la exposición nocturna a pantallas reduce la producción de melatonina, la hormona responsable del descanso, un retraso del reloj circadiano; y una disminución y retraso del sueño REM generando insomnio y fatiga diurna, lo que repercute directamente en el desempeño escolar. Todo ello favorece el estado de ánimo depresivo, las alteraciones de la conducta, la disminución de la autoestima, y la alteración del desarrollo cerebral.

El impacto en la salud visual también es un aspecto relevante. La exposición prolongada a pantallas provoca fatiga ocular, caracterizada por síntomas como visión borrosa, sequedad ocular y dolores de cabeza. Esto se debe a la disminución de la frecuencia del parpadeo y a la exposición a la luz azul emitida por los dispositivos. Diversos estudios recomiendan la aplicación de la regla 20-20-20: cada 20 minutos de uso de pantallas, realizar una pausa de 20 segundos y mirar a 20 pies (aproximadamente 6 metros) de distancia, para reducir el esfuerzo ocular. También la S.A.O.I (Sociedad Argentina de Oftalmología Infantil) recomienda una distancia visual de 30 cm para celulares, 40 cm para tablets y 50 cm para computadoras/televisores.

Cabe destacar que la Asociación Española de Pediatría (AEP), modifica las normas en relación al uso de pantallas aumentando el rango de edad por debajo del que se considera que no debe exponerse a los niños a las mismas, que pasa de los 2 a los 6 años por encontrar evidencia sobre afectación de áreas como el sueño, la salud cardiovascular, la corteza cerebral en varias regiones, solicitando compromiso de todos los espacios por los cuales transitan los menores.

Desde una perspectiva educativa, es fundamental que la escuela y la familia trabajen en conjunto para promover un uso responsable de las tecnologías digitales. Si bien los dispositivos electrónicos pueden ser herramientas valiosas para el aprendizaje, su uso debe estar regulado y complementado con estrategias que fomenten el pensamiento crítico, la lectura en papel y la interacción social en el ámbito escolar. La alfabetización digital es clave para que niños, niñas y adolescentes desarrollen criterios sólidos sobre el contenido que consumen y publican en internet.

Sabemos que las pantallas forman parte de la vida cotidiana, pero también conocemos los efectos que su uso excesivo puede tener en el desarrollo de nuestros hijos. Como madres, padres y cuidadores, tenemos un rol fundamental.Acompañar no es prohibir, sino estar presentes, proponer alternativas, y poner límites claros con amor y coherencia. Cuidarnos empieza por informarnos, reflexionar juntos y construir hábitos más saludables en familia.

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