El 7/7 fue el día mundial de la conservación suelo, y reflexionando sobre la relevancia que ha tomado la salud del suelo para evaluar la sustentablilidad de un sistema productivo quería hacer esta editorial poniendo foco en nuestra forma de producir desde un punto de vista global y su papel protagónico frente a las cuestiones climáticas.
Gracias a la adopción masiva en los 90 de una agricultura basada en la siembra directa, proceso que se dio por diferentes razones que lo hicieron viable, Argentina sin planificarlo se ubicó en un lugar de privilegio en producción de alimentos con una visión sustentable del suelo, en comparación con los sistemas productivos que mayormente se desarrollaban en otras naciones de nuestro querido planeta. Y no fuimos ni somos totalmente conscientes de ello. Por lo menos desde una mirada global del tema.
Poniendo sobre la mesa que cualquier sistema productivo trae acarreado problemáticas de impacto ambiental, como cualquier actividad de intervención en la Naturaleza que hace el Hombre, el abordaje del efecto de un sistema como la siembra directa, que no remueve el suelo y que conserva una capa vegetal que lo protege ante cualquier aspecto climático, le da una vuelta de tuerca a nuestro posicionamiento a nivel global como productores que no tiene precedentes.

El suelo es un organismo vivo lleno de múltiples y complejas interacciones entre miles de millones de organismos (alberga 1/4 de la Biodiversidad del planeta) que hacen de él una gran fábrica de nutrientes y ciclado de residuos. Protegerlo nos ha permitido no solo no perderlo – por erosión del agua y el viento – sino que ha colaborado para que esa fábrica pueda construirse y funcionar sin perturbaciones. Por supuesto que esto no es suficiente, como cualquier sistema biológico necesita diversidad de cultivos (que determina un balance en la dieta de esos habitantes del suelo) y una nutrición equilibrada, es decir, devolverle al suelo los nutrientes que nos llevamos en los granos que cosechamos para generar alimentos, fibras y energías. También necesita de un manejo de insumos eficiente y sustentable que comprenda el uso de las buenas practicas agropecuarias.
Dicho esto, la clave de la agricultura como parte de la solución al cambio climático se basa en que los sistemas de producción vegetal fabrican tejidos vivos tomando del aire el dióxido de carbono o CO2. Así es, uno de los famosos gases responsables del efecto invernadero es la materia prima por excelencia de la fotosíntesis, proceso que las plantas realizan para crecer y construir sus propios tejidos. Esta es una tremenda oportunidad para que la gran plataforma fotosintética que son los cultivos extensivos de nuestra vasta región productiva sean vistos de otra manera.
Rebobinando, un sistema de siembra directa bien gestionado de la mano de las buenas practicas agropecuarias y del desembarco permanente de tecnologías de diagnóstico, de procesos, aplicadas a equipos, innovaciones, nos pone varios escalones arriba de muchos países del primer mundo.
Todavía hay mucho para mejorar y perfeccionar, es un proceso que nunca acaba pues la mejora es continua.
Tenemos numerosos desafíos en nuestras manos. Pero es nuestra gran responsabilidad como Nación poner en valor a nuestra agricultura como un ejemplo a seguir para todo el mundo.