Los ídolos no se van

Los ídolos no se van. No mueren. Viven en su gente. Porque forman parte de la historia grande. Esa que se construye de generación a generación. Historia en la que los hombres y mujeres graban sus nombres como íconos indelebles de una identidad. Talentos excepcionales que cimentan ese orgullo de pertenecer.

Omar Palma no se fue. Ahora juega en la cancha celestial con la camiseta de Central. A pura gambeta elude todo aquello que quiera quitarle su tesoro más preciado: la pelota.

El Negro levanta la cabeza con la bocha junto al pie para darle siempre un destino cierto, con una pegada admirable.

El Tordo apela a su temperamento para liderar y copar la parada cuando no sólo se trata de jugar, pese a su cuerpo de menor tamaño. Porque en definitiva siempre será un grande.

Palma jugaba como vivía. Frontal. Astuto. Intuitivo. Inteligente. Tanto que cuando se enojaba hacía autocrítica y restauraba vínculos. Y después se reía de esos momentos, todos vinculados al fútbol.

Omar hizo camino al jugar. Y vaya si jugó. Desde chico convocaba para verlo. Y muy pronto se hizo referente del fútbol. Ganándose el respeto y reconocimiento de propios y extraños.

Hasta llegar a la cima. Un sitial reservado para los diferentes. Como lo es Palma.

Chau Negro. Gracias por tanto fútbol. Gracias por tantas charlas. Gracias por tu amistad.

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