La realidad marca que en el universo del fútbol, tanto las determinaciones tácticas como estratégicas no pueden tomarse a la ligera. Lo mismo sucede con la composición del cuerpo técnico porque es uno de los aspectos más críticos para la evolución de cualquier equipo. Matías Lequi asumió como entrenador de Central en un momento de vacíos emocionales generados por la sorpresiva renuncia de Miguel Russo. No obstante, el Flaco se encuentra ahora en una encrucijada que podría definir su futuro y, por ende, el futuro del equipo canalla porque no se ve su mano en el juego. Por ahora es un DT a medias, y dista lejos de ser ese arquitecto que tanto necesita el canalla..
Como primera medida hay que reconocer que Lequi se encontró de repente con un golpe de gracia porque le surgió la chance de sumergirse e insertarse rápidamente en el entorno de élite del fútbol argentino.
No obstante, esta vertiginosa entrada a la elite también lo expone ante el desafío de establecer su propia impronta futbolística, una esencia que, en consecuencia, no se ve por el momento.
Sinceramente, su mano de obra se ve diluida ante la falta de un cuerpo técnico íntegro que responda a su visión. La actual configuración, con Paulo Ferrari como mano derecha, es un recordatorio constante de la improvisación con la que aceptó afrontar esta etapa.
El dilema radica en si Matías Lequi realmente está dispuesto a asumir la plena responsabilidad que conlleva ser, no solo el técnico, sino el principal arquitecto del proyecto futbolístico de Central.
Porque con Ferrari como figura impuesta por la dirigencia, la oportunidad para que el Flaco despliegue su creatividad y sus ideas se ve obstaculizada. No se trata simplemente de ser un “técnico a medias”.
Se trata de ser un líder que pueda inspirar a un equipo y dar forma a un fútbol que no solo sea efectivo, sino que también resuene con la rica historia del club.
No caben dudas de que la esencia de un técnico trasciende las decisiones en el campo de juego. Debe además construir una identidad, desarrollar un estilo definido y que su idea implemente a la perfección dentro de un sistema que se adapte a las particularidades de sus jugadores.
Pero sin un cuerpo técnico que hable el mismo idioma, el riesgo es alto: un equipo sin brújula, una exposición de ideas confusas que no conectan con la esencia de lo que debería ser Central. El Central actual, para ser preciso.
Lequi debe decidir si está listo para dar ese paso audaz y esencial: armar su propio cuerpo técnico a fin de año. Esta decisión no solo podría afectar su carrera, también impactaría puertas hacia dentro del club.
La herencia de Ferrari, que salió corriendo hacia Arroyo Seco dejando el cargo de coordinador de juveniles, podría ser más un lastre que un apoyo para el Flaco, que debe rodearse de colaboradores que comparten su misma filosofía y sean del entorno de su real confianza. Ahí sí la moneda podría girar a su favor.
El fútbol profesional no es un camino fácil. Tiene espinas por más que muchos se queden con el aroma perfumado de una rosa. Sobre todo cuando se trata de un entrenador que asumió responsabilidades de forma inesperada.
El tiempo es limitado y los resultados apremian sinceramente. Central transita en la irregularidad. El primer equipo necesita un Lequi que se atreva a ser él mismo, que no se contente con estar en la rueda de elite, sino que, con audacia, procure dejar su marca en este recorrido.
El quid de la cuestión es saber si tendrá el valor suficiente para deshacerse de un apéndice que no le pertenece y correr el riesgo de ser el verdadero faro que el club merece.