La verdad no está en lo que cuentan

Los hechos ya hace varios años fueron perdiendo relevancia en la construcción de la realidad. Es que a los sucesos lo fueron distorsionando con interpretaciones sesgadas que lo que se ve no es lo que parece. Porque son varios los que quieren que parezcan cosas distintas a lo que se ve. A tal punto que hacen de un mismo hecho realidades opuestas. Confrontación que no sólo vacía de contenido al episodio sino que lo presenta como les conviene.

En esta edificación de realidades simultáneas, hay dos actores protagónicos: las empresas de los medios de comunicación y las redes sociales.

Las empresas que manipulan la información de acuerdo a sus intereses ya están en evidencia desde hace tiempo. El consumidor sabe de qué se trata. Y muchos no eligen por la veracidad de lo que se dice, sino de lo que se quiere creer.

Las redes tienen una dinámica más anárquica en esta elaboración de universos paralelos. Allí cada “ejército” desarrolla sus estrategias falseando contenidos y produciendo otros como si se tratara de una guerra psicológica, sin límites morales ni éticos. Todo sea por aniquilar al “enemigo”. Y van sumando como moscas adhesiones o detractores.

Las redes ofrecen un campo de batalla propicio, porque allí da lo mismo ser un burro que un gran profesor. Si hasta muchos se inventan una vida ideal, muy distante a la que tienen.
En este contexto ficticio está la realidad. Camuflada, distorsionada, manipulada. Donde cada vez es más complicado revelar la verdad. Porque son tantos los intereses que pugnan para evitar que se conozca, que lo que era un derecho hoy es una excepción.

Por eso no crea todo lo que escucha, lee o ve. El sentido común es la mejor herramienta para conocer lo que cada hecho expresa. Y así creer en lo que pasa y no en lo que quieren hacernos creer.

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