La política no tiene un Russo

El reconocimiento que la sociedad le tributó al entrenador es imposible de imaginar hoy en la actualidad política porque carece de referentes ejemplares

La despedida del pueblo futbolístico a Miguel Ángel Russo fue de tal magnitud que ubicó al entrenador en un lugar preponderante en la historia deportiva.

La movilización de los hinchas de los diferentes equipos hacia La Bombonera para darle el último adiós fue multitudinaria.

El reconocimiento fue tan extraordinario como transversal a todos los clubes.

El cumplimiento del minuto de silencio primero y el aplauso cerrado y prolongado después, se repitió en los estadios, incluso en aquellos donde la clásica rivalidad bien podría atenuar el homenaje. Fue impactante el tributo de la gente de River en el Monumental como así la de Gimnasia en La Plata.

Sin dudas que Russo fue una persona respetable por su respetuoso proceder. Y esta unanimidad no es fácil de conseguir en un ambiente tan competitivo como el fútbol. Más aún cuando la intensidad de los sentimientos en pugna convergen en una pasión inconmensurable.

Ahora bien vale trazar un paralelismo entre el fútbol y la política para preguntarse qué dirigente político generaría en la sociedad el fenómeno que produjo Russo.

Porque el hipotético fallecimiento de algún referente político hoy sólo lograría la movilización de los propios, pero no la de aquellos con pensamientos y sentimientos antagónicos.

La grieta es tan amplia como estrecho el margen de tolerancia. Todo se dirime en la pequeñez de la descalificación violenta, ante la carencia de grandeza intelectual para poner el interés general por sobre las mezquindades sectoriales.

Fueron muchísimos los hombres y mujeres del fútbol en poner en valor el aprendizaje que dejó Miguelo en materia de principios. Lo pusieron en un sitial de persona ejemplar. Con una coincidencia plena.

Recorrer los nombres de funcionarios o dirigentes que hoy podrían ser el Russo de la política convierten el ejercicio en una utopía. Lo que provoca una enorme desazón porque no hay dónde anclar la esperanza. Ni la ética.

Resulta un argumento de ciencia ficción suponer que los “enemigos” con sus respectivas tropas militantes le rindan un homenaje al adversario.

Más cuando en la política resulta una misión imposible descubrir a esos protagonistas que puedan dejar una enseñanza como la que dejó Russo en el deporte.

En un contexto electoral a puro eslóganes y escaso de propuestas, descubrir una persona ejemplar es una tarea de alta complejidad.

La coherencia y el sentido común dejaron de ser condiciones naturales para convertirse en virtudes.

Está claro que el fútbol pese a todo consigue espejos fidedignos donde mirarse para reflejar lo mejor de sí mismo, algo muy distinto a lo que sucede en la política, donde rompen los espejos para evitar mirarse y así continuar con la autopercepción de los mitómanos.

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