La crisis no se arregla con plata

Una costumbre argentina es la crisis económica. La sociedad aprendió a convivir con términos como inflación, poder adquisitivo, mercados oficiales y paralelos, dólares de diferentes nomenclaturas y colores, emisión monetaria, bonos y encajes, adecuación de tarifas, déficit fiscal, macroeconomía y ajuste.

Eso sí: la palabra ajuste siempre estuvo. Porque todos ajustaron de alguna forma u otra. Y vaya si lo hicieron. Al punto que dejaron asfixiados a muchos. Y el país siempre quedó flojo. Y sigue así. Porque mientras tanto continuaron ajustando en nombre de las fiestas que hicieron los gobiernos anteriores. Fiesta que pagaron y siguen pagando aquellos que no fueron invitados: los ajustados.

Los economistas, muchos de ellos los mismos de siempre proponiendo recetas ya aplicadas con idéntico resultado, son los panelistas consuetudinarios para justificar o criticar el ajuste. Incluso después de haber sido funcionarios funcionales en las diversas fiestas.

Aunque ya fue dicho en reiteradas ocasiones, el país no resolverá su crisis económica hasta que no solucione la crisis cultural. Que es mucho más compleja porque la degradación es sostenida y no hay mediciones que la dimensionen.

Porque los causales de esa crisis, no la de los valores económicos sino de los valores humanos, es transversal a toda la sociedad.

Cuando se vincula la crisis cultural a la pobreza económica no es más que un recorte perverso de la realidad, porque se trata de responsabilizar al sector más vulnerable de las causas de la degradación ética y moral de la sociedad toda. A sabiendas de que desde los poderes se violenta y rompe la vigencia de los derechos.

La pérdida de la cultura del trabajo, el ignorar el esfuerzo y la perseverancia como motores de crecimiento, la indiferencia hacia el respeto, el relativizar al estudio como aspecto esencial de desarrollo y el apelar recurrente a los atajos ilegales como matriz productiva, son apenas indicadores sociales de una crisis más profunda.

Cuando la corrupción corroe los cimientos de la pirámide de una comunidad, automáticamente los valores sociales se desmoronan. Se rompen. Y los usos y costumbres sufren una metamorfosis. Tanto que el otro deja de importar para concebir una construcción colectiva. Ya que el individualismo se convierte en patrón cultural.

Hoy la apatía mayoritaria es el nuevo síntoma que expresa la sociedad ante esta crisis política, económica y social. Es de esperar que la sociedad recupere la confianza en sí misma para terminar de ser la variable de ajuste de los gobiernos. Y para recuperar los valores que supo concebir.

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