Una frase conocida de Raúl Scalabrini Ortiz rezaba: “Si usted no entiende lo que dice un economista, pídale que le explique. Si vuelve a no entender que le explique otra vez. Si a la tercera vez no entiende, entonces lo están engañando”. Esta afirmación bien puede aplicarse en otros aspectos. Porque si usted no entiende lo que dice un político con respecto a los jubilados pregúntele qué hizo cuando fue gobierno. Si sigue sin entender pregúntele qué hizo por la justicia social. Y si sigue sin entender no tenga dudas de que le están mintiendo.
Así lo reflejan dos señoras y un señor mientras esperan ser atendidas en una verdulería, quienes con una memoria admirable hacen un recorrido de sus penurias de las casi dos últimas décadas.
“Es indignante lo que hacen, porque los que nos tenían mal antes se hacen los preocupados por los que nos tienen mal ahora”, afirmó la señora que peina canas con claridad meridiana.
La otra mujer, ex docente según contó, acompañó con un análisis somero pero con el recuerdo a flor de piel: “La ex presidenta Cristina vetó la ley del 82 por ciento móvil porque dijo que era la quiebra del Estado. Hoy Milei veta con argumentos similares aludiendo al déficit fiscal. Para ellos somos responsables de los problemas económicos del país después de aportar toda una vida”.
El hombre, con bastón en mano y fastidio manifiesto, no dudó: “Cuando son gobierno u oposición son iguales, todos mienten, todos hipócritas y deshonestos. Vulgares y corruptos”.
En este contexto causa incertidumbre lo que puede ocurrir con este agotamiento moral y ético de una sociedad que en forma simultánea pierde credibilidad y esperanza en todo.
La casta y la anticasta se fusionan en lo mismo, y esta absurda grieta entre similares monta un escenario impúdico donde se suben periodistas, artistas, dirigentes y otras especies para sobrecargar la vergüenza que dan en pos de un mismo interés: lucrar a costa de la gente.
Si hasta resulta patético cómo se alinean los supuestos renovadores de la política con la vieja estructura partidaria para llegar y permanecer. No los une el bien común, los junta el interés individual.
Son tan obvios y precarios que creen poder engañar al ciudadano, pero la mayoría del electorado se corre de las minorías radicalizadas para enviar su desprecio a través de la abstención.
Los de antes y los de ahora siguen sin resolver los problemas sociales. Se parecen mucho en las formas denigrantes de gobernar.
Pero el país tiene un desafío popular mayor a esta perversa realidad que generó con impudicia gran parte de la clase política. Que con nuevas caras inclusive se hizo más ordinaria.
El reto es convertir la indignación e indiferencia en compromiso cívico como combustible de transformación. Porque caso contrario los mercaderes de la política seguirán fomentando su permanencia a través de sus grupos fundamentalistas, y más allá de que hoy se dividan en torno a una grieta funcional para ambas partes, la Argentina aún tiene reservas de valores humanos que pueden construir una opción válida ante tanto dislate.
Claro que para ello es indispensable sumarse desde diferentes ámbitos para terminar con esta grieta de perversos. Los de antes y los de ahora. Y así poder construir un futuro para todos.