Lo de Central va en serio. No luce por plasmar un juego estético, pero nadie logra bajarlo. En Liniers, la cancha de Vélez y el calendario se convirtieron en un doble lector de una historia que ya no admite dudas. El canalla está atravesando un dulce momento futbolístico. Más allá de la coyuntura, habla de una identidad que se creó a pulso y con la firmeza de un equipo que quiere dejar sentado y entiende cuál es su lugar en el fútbol doméstico. La victoria en el Fortín por 2 a 1 transmitió además una narrativa emocional fuerte. La respuesta ante la adversidad por la reciente pérdida de Miguel Russo y la confirmación de que el proyecto deportivo no es una casualidad, sino una línea de trabajo que busca consolidación y victorias en grandes planos y escenarios así lo avalan.
El tributo a Miguel Ángel Russo en el José Amalfitani fue más que una señal de respeto en toda la noche. Fue una huella que volvió esencialmente a la memoria del canalla. Como si el pasado, ese pasado reciente que dejó Russo, se hubiera reconfigurado en el presente para otorgar un impulso extra a Angelito Di María, Alejo Veliz, Ignacio Malcorra, Jorge Broun y el resto de sus compañeros en cancha.
La atmósfera de Liniers, con ese recordatorio a Miguel que pareció pesar como un manto nocturno, se convirtió en un escenario favorable para Central. No por alguna magia del juego en sí, sino por la lectura de un equipo canalla que supo canalizar el duelo, convertirlo en combustible, y volver a convertir la cancha en un santuario para que esa frase patentada por Russo: “Esto es Central”, deje de ser un simple grito tribunero para convertirse de ahora en más en un marco de convivencia entre el esfuerzo y eterno recordatorio al entrenador.
El triunfo de 2 a 1 sobre Vélez no fue una simple victoria más. Fue una señal inequívoca. Un mimo al cielo también. La lectura de un partido que parecía encajar en el guión de un equipo que va a la carga pero todavía no alcanza a consolidarse, quedó atrás con una edición triunfal en un duro rodeo ajeno
La clasificación a la Copa Sudamericana ya era un hecho. Pero el canalla sigue insistiendo en pelear por un cupo en la próxima Libertadores. Es, quizá, la paradoja más atractiva de esta historia: un conjunto que ya tenía asegurada la próxima estación continental, pero que no cede al relax.
La lectura de la tabla, que sitúa a Central al frente de la clasificación acumulada y único invicto del actual torneo, no es casualidad. Es resultado de una idea que sabe convivir con los desafíos proyectados puertas hacia adentro y escritos con la tinta del esfuerzo y unión colectiva.
Hay que resaltar el gran componente humano que atraviesa en esta etapa el plantel auriazul. Ese plus se percibe en cada partido además. El plantel no se deshilache ante la primera exigencia y el recambio no desfigura la identidad. El objetivo inmediato de ingresar a la Copa Libertadores no es una utopía. Puede ser una realidad cierta en breve.
La resonancia de “la gloria no tiene precio”, célebre frase de Miguelo, resuena en la actualidad como un credo para el presente auriazul. Central es un equipo que viene haciendo ruido de menor a mayor y va por más. Quiere hacer más historia.
No en vano no sólo ganó en Liniers. También confirmó que su proyecto trasciende el simple juego para abrazar un sueño colectivo que tiene de ahora en más, como faro, la memoria de Russo y la esperanza de que lo mejor está por venir, siempre que el equipo siga creyendo en su identidad y en su capacidad de sostenerse ante la tempestad como lo hizo en Liniers. Porque supo ponerse de pie rápido tras el golpe de nocaut que le propinó el fallecimiento de Russo.
Por eso, si al final de esta historia deportiva, la gloria llega, será la prueba de que este “esto es Central” no es un lema estético. Sino una promesa cumplida de continuidad, identidad y grandeza sostenida con el aura de Miguel como bandera. Porque como dijo Russo, “la gloria no tiene precio”.
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