Entre ladrones y fascistas

La periodista italiana Oriana Fallaci fue una de las referentes de la profesión en el siglo XX. Trascendió por su actitud desafiante al poder, por sus entrevistas y libros. En 1983 visitó a la Argentina y en el programa Tiempo Nuevo les dijo a Bernardo Neustadt y Mariano Grondona haber sido funcionales a la dictadura. Y en ese contexto se le adjudicó una frase: “Los argentinos tienen un enano fascista adentro”. Lo que causó indignación en ese momento.

Casi veinte años después, el presidente uruguayo Jorge Battle, al analizar la crisis del 2001 y sin percatarse que el micrófono estaba abierto, aseveró: “Los argentinos son una manga de ladrones del primero hasta el último”. La reflexión generó un escándalo diplomático y tuvo que pedir disculpas entre lágrimas.

Por supuesto que las generalizaciones en esencia son injustas e inexactas. Pero imponen un análisis sobre los motivos que llevan a expresarlas, porque muchas décadas después ambos conceptos adquieren vigencia en la cotidianidad de los argentinos.

El autoritarismo y la corrupción son conclusiones que emergen cada vez con mayor asiduidad en las charlas diarias. Y jaquean no sólo a la devaluada clase política, sino también al sistema democrático.

Cuando después de muchos años una nación no pudo resolver los problemas estructurales, y además comprueba que se agravaron, el descrédito no hace distinción. Más allá de los fanáticos o fundamentalistas que son el combustible de una grieta que tiene grandes dividendos para pocos y abultadas pérdidas para muchos.

Los sectores de la política se revolean con hechos de corrupción, no para demostrar honestidad propia sino para equipararse con los otros en la defraudación, la sociedad en su mayoría comienza a despreciar a los políticos y a visualizar a la democracia como el origen de todos los males.

No es casualidad que en las elecciones la mayoría sea la abstención. Por ende los elegidos siempre son minorías que no alcanzan al 20 por ciento del padrón. Lo que jaquea la representación del electorado. El que ya no se siente representado. Por eso no vota.

En paralelo, y ante tanto desencanto, el peligroso reduccionismo deriva en la búsqueda de una salida autoritaria.

La sucesión de los gobiernos ineficaces, la corrupción, la crisis de representación y una realidad que empeora, ubica al país ante un enorme desafío: evitar que crezca ese enano fascista y terminar con la corrupción como método.

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