La casta política, judicial y sindical suma el mayor desprecio por parte de la sociedad. El gobierno nacional está obligado a dar señales concretas para no terminar en el descrédito general
El relevamiento de opinión invita a preguntarle a la gente en qué cree. La política, la Justicia y el sindicalismo disputan los últimos lugares con marcada comodidad. Tabla en la que los gremialistas están prácticamente condenados al descenso.
Justo en un momento en el que los escándalos de Alberto Fernández, las controversias por la postulación de Ariel Lijo a la Suprema Corte y la defensa corporativa de la vieja dirigencia sindical ratificaron el hartazgo de una sociedad que votó en consecuencia en 2023.
La clase política muestra con Alberto Fernández la pérdida de los valores esenciales. Las acciones del elegido oportunamente por Cristina Kirchner ratifican el cinismo, la hipocresía y la perversión de una casta que ahora quiere aislar al ex presidente como si tuviera el virus de la viruela del mono.
Que Alberto Fernández haya sido presidente argentino interpela el sentido común colectivo. El que hoy naufraga en el mar de la resignación. Con cierta lógica. Porque más allá del imprevisible Javier Milei, se ve la nada misma. Todo gira en torno a él.
Pero la incertidumbre no es un lugar para habitar por mucho tiempo.
Más cuando no se visualizan soluciones pero tampoco asoman alternativas.
La violencia de género denunciada por Fabiola Yañez a manos de Alberto se frivoliza con los encuentros amorosos del ex presidente con actrices, panelistas y funcionarias. Y todo esto posterga el origen de las desventuras del elegido del Kirchnerismo, que es el gran nicho de corrupción por los seguros. En donde el ex mandatario desde hacía muchos años tejía su tela.
En el mientras tanto, el gobierno de Milei comenzó a arriar las banderas de su proclamada lucha contra el establishment al incorporar a jugadores referentes de esa casta a la que prometió desalojar. Uno de ellos es Daniel Scioli, el Pichichi de Menem, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, Alberto Fernández y ahora del propio libertario.
También el actual presidente contradice uno de sus ejes de campaña al postular al juez Lijo al máximo tribunal. Un magistrado cuestionado por haber blindado al poder K con sus fallos y omisiones.
Y como si todo esto no fuera suficiente, Milei también aporta la cuota de farandulización de esa casta pasando de Flores a Yuyito.
La política no goza de buena salud por la mala praxis de sus hacedores. La justicia también está jaqueada por la rosca de jueces, políticos y operadores, donde la cadena de favores y el tráfico de influencias lejos está del objetivo de ser justos.
Y el sindicalismo hace mucho tiempo que está degradado en la consideración social, porque muchos de los referentes fueron cómplices de la generación de la pobreza estructural, canjeando los derechos de los trabajadores por privilegios para la casta gremial.
En este contexto, los próximos dos meses serán determinantes para que el remanente de esperanza que aún conserva parte de la sociedad pueda sobrevivir entre tanta mentira organizada.
Si Milei no logra darle respuestas concretas a la cada vez más urgente necesidad que tiene la gente, el descrédito también se llevará puesto al emergente de una ilusión de cambio. Y allí sí el problema será mayúsculo. Porque la mayoría ya desechó el pasado y sentirá decepción por el presente. Entonces ante la nada misma será mejor que el futuro demore su llegada.