El lado de Lolo que muchos no conocieron

Lorenzo Somaschini se fue de este mundo siendo el nene más feliz del planeta.

Para algunos era Lorenzo Somaschini. Para otros, simplemente Lolo. Pero ya no está. Se fue con tan solo nueve años. Falleció el pasado 17 de junio tras sufrir un accidente en el circuito de Interlagos. Desde ese mismo momento se tejió una red de comentarios y volcaron lavas de desconocimiento sin cesar. La ráfaga de opiniones, sin argumentos en muchos casos, se prolongaron durante varios días. No obstante, muy pocos pudieron conocer, literalmente, lo que deseaba este rubiecito de pelo lacio, piel blanca como un angel, ojos claros y una enorme sonrisa. Tenía sueños. Metas por alcanzar. Y mucho por dar.

«Mi objetivo es llega a MotoGP”, desprendió Lolo de manera acelerada y segura aquel sábado a media mañana mientras le hacía una entrevista para el diario La Capital al pie del Monumento a la Bandera.

Lorenzo cursaba el cuarto grado y sabía que debía hacer los deberes sino, no tenía moto. Cumplía al pie de la letra con todo. Hasta me confesó que por ahí hacía enojar a sus padres (Carolina y Alfredo) con que no había realizado los deberes, cuando en realidad ya la había hecho.

«Ellos (sus padres) hacen mucho esfuerzo para que yo pueda hacer esto, entonces debo compensarlo ayudando en lo que más pueda. En ese sentido, sé que primero está el colegio, y luego la moto», me había dicho sin titubear.

El quería correr. Crecer. Dejar una estela en el deporte motor. Empezaba a escribir recién sus primeras páginas en el mundo tuerca. Cuando hubo que elegir un número para su dos ruedas, optó por el 99 en honor a Jorge Lorenzo (ex campeón de MotoGP), pese a que su papá quería e insistió sin quorum 5.

Hizo su estreno a nivel nacional a mediados de abril con una Twister 250. «Será mi debut, pero iré a Buenos Aires a intentar ganar. Pero como será mi primera carrera, con terminar la final será como haber obtenido un triunfo”, había dicho a modo de deseo y reto.

No cerró la final como lo había planificado porque un derrape lo dejó en el camino en el giro 11. Se sintió triste porque deseaba otro cierre. Pero rápidamente recuperó el ánimo y siguió edificando el futuro.

Fue entonces que llegó una propuesta para ir a correr a Brasil. El mismo lugar que tenía planificado en su hoja de ruta deportiva en un futuro. También había contado con felicidad que «quiero ir a la Academia de Chicho Lorenzo, en España para aprender».

Sabía lo que buscaba. Lo que quería. Lo que alimentaba la llama de su ilusión. Lolo hacia lo que amaba, pese a que había jugado al básquet y dejó «poque se me complicaba con el colegio y las prácticas de moto».

San Pablo fue la primera escala internacional. Se estaba dando todo rápido. Muy rápido. Y allá fue Lolo. Con su padre de entrada y entrenador para hacer la gran incursión en una categoría reservada para chicos del Superbike brasileño.

El viernes se cayó solito y fue derivado al hospital luego de los primeros auxilios en el circuito. Era el principio del fin. Luego de tres días de batallar, se fue cuando el reloj marcó las 19.43. La noticia fue desgarradora para sus seres conocidos. Fue devastadora para sus seres íntimos. El mundo se les vino abajo especialmente a sus padres Alfredo y Carolina, y su hermana mayor, Juana.

Desde su fallecimiento se viralizaron los comentarios, que buscaban culpables en el lugar menos indicado. La empatía faltó a la cita en esta ocasión como en muchas otras tantas.

¿Nadie se preguntó cómo estaba el caso? ¿El mono? ¿La moto? Quizás esos interrogantes básicos tengan respuestas en un futuro cercano. Mientras tanto, Lolo no está. Y su vacío retumba de impotencia en lo que era hogar.

En medio de tanto dolor, llegó un poco de consuelo. La Policía Civil de San Pablo investiga las causas del accidente que le costó la vida a la gran promesa argentina en el mundo de las dos ruedas. Incluso, la categoría Honda Junior Cup suspendió su actividad.

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