Ángel Di María decidió volver a las fuentes. A sus raíces. A su Central. Vestirá los colores del escudo que lleva tatuado en su espalda después de jugar el Mundial de Clubes con Benfica. La historia marca que no solamente llegará como un deportista consagrado, sino también como un hijo pródigo que regresa a su verdadero lugar en el mundo. La decisión de pisar su tierra habla de un hombre que nunca dejó de lado sus orígenes. En cada gol, en cada gesto, se nota esa conexión profunda con su narración personal: el corazón que dibuja con sus manos en señal de amor y gratitud por su familia. Su historia verdadera de vida se entrelaza con las picantes calles del barrio “El Churrasco”. Su ADN revela un camino de esfuerzo y sacrificio que lo llevó desde una infancia marcada por la sencillez, y ciertas privaciones, hasta la cúspide del fútbol global. Fideo forjó un regreso lleno de sentimientos.
No solo es reconocido en el mundo del deporte más popular del planeta. También se puede certificar que es un símbolo de perseverancia, humildad y amor por sus orígenes.
Fideo se crió en una modesta casa, en una zona donde el olor a carbón (su padre Miguel era dueño de la carbonería) y la calidez familiar eran protagonistas a diario. También hay que reconocer que fue siempre estuvo rodeado de los afectos de su genuino círculo íntimo.
Su madre, Diana, fue su pilar fundamental, impulsándolo a cumplir sus sueños. Incluso cuando eso significaba pedalear en bicicleta desde su casa para llegar a la ciudad deportiva de Granadero Baigorria para entrenar en Central. La infancia de Angelito estuvo bien marcada por la sencillez.
Los vecinos hasta hoy en día recuerdan cuando se juntaba a patear una pelota en la vereda de la calle Perdriel. También cómo disfrutaba compartir momentos con amigos de toda la vida que sigue conservando como uno de sus máximos tesoros. A tal punto que decidieron sellar esa hermandad con tatuajes que llevan el lema “Eterna Amistad”.
Incluso, por esa amistad se animó a jugar (ya siendo futbolista de Central) con un carnet trucho para 1° de Mayo porque la mayoría de sus amigos jugaban en el equipo de barrio Rucci. Angelito quería estar con ellos en cancha.
A tal punto que una tarde tuvo que trepar un paredón y empezar a correr tras simular una lesión porque “me tocó el mismo árbitro que la fecha anterior, y ya me había preguntado si yo jugaba en Central porque había padres que me habían conocido. Pero como me sabía todos los datos del chico que figuraba en el carnet, esa vez me creyó. Claro, la segunda vez no iba a zafar y me hice el lesionado, luego salí rajando como pude”.
No hay dudas de que esos lazos, que trascienden el tiempo, aún permanecen intactos. Sobre todo con los suyos. “Sigue siendo el mismo pibe que conocimos en la primaria. Tiene todo, no te lo muestra ni hace saber. Cuando comemos asados quiere poner su parte como todos”, relató a Epa uno de sus amigos de toda la vida.
Su relato de juventud está lleno de anécdotas entrañables: su primer vuelo en avión, un Hércules rumbo a Colombia con Central, donde la emoción y el temor se mezclaron en aquel primer viaje internacional.
También, la imagen de un pibe con dos cajas de botines debajo del brazo, viajando en colectivo 71 (hoy en la línea 107) tras dejar una oficina de Córdoba y San Martín hasta llegar a la parada en calle Baigorria y Molina “donde me espera mi vieja para acompañar porque ya es de noche y además llevo esto, ja” (mirando los botines).
Si bien nunca se detuvo en los dardos venenosos que le disparó la prensa durante mucho tiempo, lo cierto es que ver sufrir a sus padres, hermanas, amigos, esposa e hijas, le generaba urticaria y mucha impotencia.
Luego de la tormenta salió el sol y catarata de goles en las finales y los títulos conseguidos (dos Copa América, un Mundial, y una Finalissima) llegó el reconocimiento general. Hasta la gente de Newell’s le rindió un tributo en el mismo Coloso cuando fue a la despedida de un amigo y excompañero en la selección.
Luego de un fallido regreso a Arroyito en 2024 por cobardes amenazas, Fideo decidió volver a Central. A lo largo de su carrera, lleva demostrado que el talento y la humildad pueden ir de la mano. Angelito tomó una elección desde el corazón. Y es una forma de honrar sus raíces y compartir su éxito con aquellos que siempre lo apoyaron desde su más temprana edad.
Quienes lo conocen realmente no necesitan remarcar o aclarar que sigue conservando la sencillez que siempre lo caracterizó, sea luciendo escudos de Benfica, Real Madrid, Manchester United, PSG París o la selección argentina. Di María es un ejemplo de que el éxito no tala las raíces.
Su historia marca que no perdió jamás su norte ni olvida de dónde viene o cómo se formó. Es la clara imagen de un futbolista que lleva en su piel y en su alma la historia de un pago humilde como El Churrasco, y que se erigió a fuerza de gambetas y tenacidad en un símbolo bien barrial con linaje mundial.
Di María optó por hacer base, luego del Mundial de Clubes en Estados Unidos, en sus pagos. Acá mismo, donde es feliz y jamás dejó de visitar. Sin dudas, es un ciudadano ilustre que conserva su esencia y tiene una fuerte raíz con los suyos.
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