DEMOCRACIA… A REVISIÓN

Sabemos que, de las formas de gobierno conocidas, la menos mala es la democracia y estamos convencidos de que somos una enorme mayoría quienes adherimos a ella y la defenderemos a cualquier costo. Como también sabemos que debemos cuidarla, protegerla, fortalecerla y modernizarla.

Ahora bien, la apatía que expresan los ciudadanos argentinos cada vez que deben asistir a procesos eleccionarios, (en baja sostenida ante cada nueva elección), el fuerte rechazo y profunda desconfianza que sienten hacia toda la clase política y el desánimo que empieza a gestarse al llegar a los 2 primeros años de casi todos los gobiernos, son datos que nos obligan a repensar el funcionamiento de todas las instituciones, estructuras de gobierno y control de la democracia a través de sus diferentes herramientas.

A juzgar por todos los índices disponibles, (pobreza, indigencia, inseguridad, asistencia en salud, educación, inventos y patentes, etc…), está claro que tal como estamos hoy y desde el regreso a este noble modelo de gobierno, la democracia no resolvió la mayoría de los problemas que deben afronta a diario los ciudadanos argentinos. De igual manera, debe quedar muy claro que el problema no es el modelo en sí, sino que las fisuras aparecen multiplicadas a partir del mal funcionamiento de quienes lo administran, es decir los 3 poderes del estado y todas las instituciones que los asisten. Esta realidad es lo que deberíamos repensar con urgencia.

Durante los últimos 40 años hay una percepción creciente, que se marcó a fuego durante los últimos 20 años en el pensamiento de la mitad de la población que representa a la oposición del momento, con respeto a que los gobiernos son una banda de atorrantes, incultos, ladrones, corruptos y estafadores. Esta percepción que emerge diariamente y que expresan los ciudadanos de uno u otro sector ideológico, dependiendo del lugar que estén ocupando, refleja que existe una profunda desconfianza y frustración hacia las instituciones que deberían servir al bien común. Estos sentimientos pueden generar un ciclo de deslegitimación y descontento social, que facilita la implementación de medidas con un claro perfil “tiránico”, hecho que resulta peligroso por las derivaciones que puede tener. En un escenario en el cual el poderoso de turno arremete contra alguien, (algún sector o persona), la reacción del agredido puede desencadenar respuestas sociales impredecibles. Niccoló Machiavelli, conocido como Nicolás Maquiavelo decía: “…El príncipe (es decir quien gobierna) debe ser respetado y, si es posible, amado, pero si no puede ganar el amor del pueblo (los ciudadanos), debe evitar ser odiado”. Lamentablemente podemos observar que en el marco de la democracia moderna esto no se cumple en argentina, ni en otros países.

Observamos con mucha preocupación, que los gobernantes de distinto rango ejercen el poder en un marco permanente de agresiones y tensiones, no tienen problemas en calificar o descalificar, denigrar o degradar de manera inapropiada y poco decorosa a otros poderes del estado y lo que es peor, a simples ciudadanos. Ya sabemos que la modernidad trae entre sus manos el desarrollo de la tecnología aplicada a las comunicaciones. Estas introducen las redes sociales como herramientas de comunicación masiva y popular, que según la opinión de los que saben, es la herramienta que impulsa tal agresividad de parte de los gobernantes, como también de los ciudadanos. Recomiendo leer la opinión de Umberto ECO, escritor y filósofo Italiano sobre internet y las redes sociales.

Ahora bien, demos por cierto que esto es así y que la nueva forma de gobierno debe expresarse a través de la exaltación, arrebatos de ira, gritos desaforados, descalificaciones o agresiones concretas, pero acordemos también que el respeto, el decoro, el debate, la comprensión, la ubicuidad y el diálogo son la base fundamental del desarrollo humano que permite construir un futuro mejor, o alguno de estos gobernantes se convertirá en un tirano que solo gobernará por decreto, ignorando el rol que deben cumplir otros poderes del estado.

El Legislativo es uno de los poderes de la democracia en el cual más se notan las fisuras cada vez que deben acompañar procesos que defiendan la equidad, el bien común y la defensa de los ciudadanos. Es un lugar al cual nunca llegan los mejores, aquellos que por formación, capacitación y trayectoria personal estén indiscutiblemente preparados para ejercer esos cargos y sólo pueden lograrlo incluidos solapadamente en alguna lista o por la simple sensación de que aportan votos a una campaña política. Claro que es tiempo de implementar “ficha limpia”, aunque estoy convencido de que a corto plazo tendremos que elaborar proyectos complementarios como “Historia Clínica saludable” y “Examen de aptitud Inapelable”. El desempeño de este poder, a juzgar por lo que transmiten los medios de comunicación y los resultados que “no” logran, es vergonzoso, deplorable e inaceptable. Entendemos que es parte del juego del poder, pero no debemos aceptar que este juego sólo se asiente en la mentira, el engaño y en definitiva en la estafa generalizada a los votantes.

En otro orden, vemos, escuchamos y comprobamos que el sistema judicial es imperfecto, lento e injusto y que en muchos casos nos transmite la imagen de un Poder Judicial sometido al poder político de turno.
Debemos empezar a exigir una modernización al respecto, porque ya sabemos a partir del pensamiento de Agostino Dibona, que si se recorta la justicia, los gobiernos pueden perder su legitimidad y convertirse en entidades que priorizan intereses particulares sobre el bienestar y los derechos de los ciudadanos.
La idea del principio de este escrito, de que los gobiernos pueden ser percibidos como «una banda de atorrantes, ladrones, estafadores» sugiere una profunda desconfianza y frustración hacia las instituciones que deberían servir al bien público. Esta situación puede generar un ciclo de deslegitimación y descontento social, subrayando la importancia de fortalecer los sistemas de justicia, promover la transparencia y la rendición de cuentas en el ejercicio del poder.

En definitiva, quienes debemos impulsar y exigir que estos cambios sean posible somos los ciudadanos, aunque debemos tomar conciencia y asumir responsabilidades que hasta hoy no se ven reflejadas en el devenir diario de la vida en sociedad. Tal vez porque todos estamos distraídos y dependiendo de las políticas de comunicación vigentes. La realidad de los vaivenes económicos nos mantiene ocupados. O es sólo el resultado de una formación deficiente para insertarnos masivamente en el juego del poder, la política y la democracia, por no tener conceptos firmes con respecto al hombre, al mundo y a la vida.

Si llegamos hasta este lugar de la historia sin lograr los resultados más convenientes para todos, es porque algo hicimos mal y estoy convencido de que copiar modelos exitosos de otros lugares del mundo no es una formula aplicable que asegure tener éxito en el logro de determinados objetivos.

Sí, creo que deberíamos tomar conciencia de que es necesario motorizar muchos cambios y para eso deberíamos hacernos cientos de preguntas. Empiezo yo: ¿Tiene vigencia la existencia de fueros parlamentarios? ¿Tiene razón de ser que el voto sea secreto? ¿Debe el voto ser una obligación o puede convertirse sólo en un derecho más? ¿Podremos estructurar mecanismos ciudadanos que exijan el cumplimiento de la representatividad de los votados? ¿Es momento para implementar el principio de “Acción Civil de Responsabilidad” que asocie a los votantes al fracaso y a los éxitos de sus votados? Y seguiría, pero ahora les toca a Uds…

Si deseamos un salto de calidad debemos comprometernos, aunque sea poniéndonos a pensar que tipo de país queremos para vivir.

Hasta la próxima.

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