Cuando todos juegan al compás de Milei

Los radicales se rompen, los peronistas se doblan y los del PRO se acomodan mientras el gobierno avanza 

Los radicales se rompen. Los peronistas se doblan. Los del PRO se acomodan. Mientras los libertarios tratan de expandirse. Y en el centro de la escena política está Javier Milei, ejerciendo el poder con su particular modo, generando debates sobre diferentes temas que antes no se habían puesto en crisis, y de las que obtiene dividendos de cierta parte de la sociedad. Porque lo que no logró imponer le permitió al menos entretener y/o distraer para avanzar en sus metas de reestructuración del Estado.

Sin dudas que la cuestión universitaria es la más compleja para el gobierno, a tal punto que ahora envía señales de revisión. Pero en la mayoría de las otras polémicas generadas por sus decisiones suma más rédito que críticas.

La última referida a la disolución de la Afip es un ejemplo del beneplácito que provoca en la opinión pública.

Desde ese lugar Milei ejerce el poder, ocupando el centro del ring desde donde castiga, instala problemáticas y distrae a los adversarios. Y también noquea, mientras avanza con un estilo controversial.

No son pocos los que calculaban el final anticipado del gobierno libertario a días de haber sido electo. El ‘no llega a marzo’ fue un fuerte deseo de aquellos que preferían, y aún prefieren, cuestionar el rumbo imprevisible de la gestión. Sin reparar que Javier Milei es la consecuencia del paupérrimo gobierno de Alberto Fernández, quien fue presidente por obra y gracia de Cristina.

Los peronistas eluden la autocrítica descargando su artillería contra el gobierno, sin percibir que cuánto más demoren en asumir todo lo malo que hicieron, más prolongado será el tiempo para lograr su necesaria renovación política.

El diputado provincial santafesino Marcos Corach no acudió a ninguna metáfora para aludir al presente del PJ. Sostuvo, palabras más palabras menos, que el tiempo de Cristina ya había pasado. Y que en la provincia no había unidad partidaria, como querían hacer creer algunos dirigentes.

Los radicales también están deambulando en su propio laberinto. Siguen más preocupados en diferenciarse entre ellos, ya sea por ser funcionales al gobierno o a la oposición, en vez de trabajar por la recuperación de su indispensable identidad partidaria.

Los del PRO tienen un problema de residencia, porque desean estar en el gobierno para marcar presencia pero se empecinan en disimularlo al autopercibirse como buenos vecinos.
Mientras Patricia Bullrich no tiene ningún prejuicio en ser parte de la gestión, Mauricio Macri exhibe el dolor de poder haber sido lo que finalmente no fue.

En paralelo todo el amplio abanico opositor no puede salir de su sorpresa al comprobar el respaldo que mantiene Milei de una parte importante de la sociedad, pese al brutal ajuste.
Y es lógico que no lo entiendan, porque no se reconocen como autores del hartazgo de la gente por tantos años de frustraciones y pobreza.

Mientras el futuro carece de nitidez, el gobierno comenzó a registrar la necesidad de enviar señales económicas a sectores que ya no resisten la brutal política de ajuste. Habrá que esperar para comprobar si Milei y su gabinete consiguen interpretar la urgencia de la gente, porque sabido es que la sensibilidad social no fue hasta ahora una de sus cualidades. Salvo que lo disimulen muy bien.

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